Lic. Mara Diz
Revista de la Asoc. de Anestesia, Analgesia y Reanimación de Bs. As

Un estudio, sobre 250 casos, de la Unidad de Ginecología Oncológica y Unidad de Cuidados Paliativos y Dolor del Hospital Eva Perón de San Martín, Provincia de Buenos Aires, dice que el 63 % de los médicos de la ciudad y del gran de Bs. As. padecen el síndrome de Burnout en un grado entre moderado y grave.

Freudenberguer definió el “Burnout” (estar quemado) como el estrés crónico propio de los profesionales de servicios humanos, cuyas tareas implican una atención intensa y prolongada con personas que están en una situación de necesidad o dependencia. Mas tarde, Maslach y Jackson, describieron como síntomas patognomónicos de dicho cuadro el agotamiento físico y/o psicológico, una actitud fría y despersonalizada en la relación con los demás y el sentimiento de falta de realización profesional acompañada de una fuerte disminución de la autoestima.

Algunas de las causas que se mencionan como responsables de la cronicidad del estrés profesional son: las condiciones laborales, la sobrecarga de trabajo, la amenaza legal, la incertidumbre laboral y el desgaste por empatía entre otras. Dichas condiciones, en las que se desenvuelve la medicina de hoy, no parecen estar cerca de modificarse en el sentido esperado sino mas bien todo lo contrario. La pregunta que surge, entonces, es si no hay otra alternativa que quemarse para poder seguir trabajando. Por supuesto la respuesta es: SI!, hay otra alternativa.

Al estrés crónico no se llega por casualidad, sino después de mantener un nivel constante y sostenido de tensiones y demandas insatisfechas que van consumiendo las reservas energéticas y emocionales del individuo.

A las causas propias de la profesión habría que agregar todas aquellas de la vida cotidiana que, no por ser médico, se esta exento: la inseguridad, el tránsito, los piquetes, problemas familiares, enfermedades y, sobre todo, un mundo cambiante que acelera el ritmo de vida de manera alarmante para el que nuestra biología no parece estar bien adaptada.

El estrés es un mecanismo biológico que prepara para la acción ante una situación de amenaza y cuyo principal objetivo es mantener la supervivencia. Cualquier situación de cambio o demanda es interpretada inicialmente por el cerebro como una amenaza a la vida.

La respuesta de estrés se origina en el Hipotálamo, que forma parte de nuestro sistema Límbico y que es la sede de las funciones emocionales. Dicho sistema escanea constantemente los estímulos a los que estamos expuestos en busca de información que sea disonante o que configure algún tipo de amenaza. Por supuesto toda esta información no es percibida por nosotros de manera consciente, permitiendo al cerebro centrarse en aquello a lo que le está prestando atención voluntaria. De no ser así nuestro sistema de atención se “colgaría” tal cual lo hace la computadora cuando abrimos demasiadas ventanas al mismo tiempo. Pero si en dicho escaneo se detecta un estímulo sensorial no esperado – ya sea un olor, sonido, movimiento o cambio de temperatura por ejemplo- inmediatamente esa información se hace consciente. En milésimas de segundo dicha información es decodificada emocionalmente para determinar si representa alguna amenaza para la propia vida. Si no lo es, podremos volver a la actividad anterior con cierta rapidez pero, si por el contrario, el olor que percibimos no es a jazmines sino a gas, el sistema emocional toma el control del cerebral y no lo abandona hasta que dicha amenaza haya desaparecido. Contrariamente a lo que se cree, ante una amenaza súbita lo último que hacemos es pensar.

En este sentido, la campanilla del teléfono a las 4 de la mañana, una discusión acalorada con un colega o el señor que se cuela mientras esperamos impacientes en la fila del banco, pueden desencadenar la misma respuesta fisiológica que el rugido de un león… si no se logra percibir la diferencia.

Pero, por suerte, tampoco estamos presos de la biología.

El punto está, cuando de estrés hablamos, en saber reconocer la diferencia entre lo que “realmente” es una amenaza a la vida, y lo que no lo es, y esto no siempre es tan sencillo.

El mundo se ha ido acelerando y, casi sin darnos cuenta, nos hemos embarcado en una carrera vertiginosa sin detenernos a pensar a donde vamos. Dicho ritmo nos mantiene en un estado de alerta constante que van minando los recursos personales, como si todo el tiempo nuestra supervivencia estuviese amenazada. Y en esto el médico anestesiólogo sabe bien de que hablo.

Asistencia clínica, constante especialización, guardias de 24, o por que no 36 horas para seguir trabajando otras 8 sin parar, al tiempo que corre por los 100 barrios porteños para cubrir cirugías de urgencia en otros tantos centros de salud. Y cuando por fin llega el momento del descanso, el celular suena a cualquier hora de la noche haciéndolo saltar de la cama como bombero ante un incendio… sin percibir siquiera el propio incendio.

Más que cualquier otra actividad, el médico está entrenado en “resistir”, desoyendo las alarmas que su cuerpo emite constantemente pidiendo un momento de tregua para reponerse. Desde su más tierna infancia académica se le pide siempre un poco más, obligándolo a trabajar como ningún otro trabajador o legislación laboral lo requiere.

Los entrenan tanto desde “chiquititos” a resistir, a que no hay límite para la demanda, que ninguno parece preguntarse ¿Qué costo estoy pagando por esto? Y lo que es peor tampoco parecen preguntarse ¿Es así como quiero vivir mi vida?

Este irrefrenable y sostenido ritmo, que imperceptiblemente van adquiriendo, mantiene al cerebro emocional en estado de alarma casi constante, deformando de tal modo la noción de tiempo y esfuerzo que una vez escuché a un colega decir: “A veces estoy tan agotado de esta especialidad que fantaseo largar todo y volver al consultorio para trabajar tranquilo nada mas que de las 8 de la mañana a 8 de la noche”… NADA MAS?? .Doce horas por día atendiendo pacientes es un trabajo tranquilo????

Esta falta de conciencia del desgaste que significa mantener por años un ritmo agotador para cualquier ser humano, incluido el médico, es el principal responsable del “estar quemado” del Burnout.

La concreción de un proyecto profesional no puede ser encarado como si se tratara de una carrera Olímpica de 100 metros, donde hay que jugarse al todo o nada en los próximos 10 segundos, apostando todos los recursos disponibles en esos poco metros porque no hay margen para el error. Como si la mente dijera: Si pierdo el león me come.

En realidad la vida se parece más a un largísimo pentatlón donde lo importante es regular las energías para poder llegar y siempre hay tiempo para hacer un cambio… siempre y cuando sigamos en carrera…

Mi estimado Doctor, si no quiere trasformarse en la Juana de Arco de la medicina, hay que aprender a regular el propio sistema de alarmas y para esto hay que darle tiempo al cuerpo a que se recupere. Si, el suyo también lo necesita aunque a lo largo de toda su formación profesional le hayan sugerido todo lo contrario. Y esto no significa dejar la especialidad sino empezar a hacer algunos cambios en su rutina diaria.

Así como el cerebro se activa rápidamente ante una amenaza, también cuenta con sustancias bioquímicas que producen un rápido efecto tranquilizador permitiendo que las hormonas del estrés vuelvan a su nivel de equilibro. Estos neurotransmisores son segregados como respuesta a situaciones placenteras y a todo lo que entre por los sentidos, o su evocación, que sea agradable. En el estrés 2 + 2 es mucho más que 4 y cuando hablamos de estrategias de recuperación sucede lo mismo.

Me pregunto cuantas veces en su recorrido diario se ha detenido a observar los árboles que ya empiezan a brotar o el juego de los niños en esa plaza por la que pasa casi todos los días?. ¿Cuantas veces, en el último año, decidió no prender el celular un fin de semana y dedicarse solo a lo que tiene ganas? ¿Cuánto hace que no cancela su agenda toda una tarde para reunirse a charlar con un amigo al que hace tiempo no ve? ¿Cuánto hace que no se da un masaje o no toma un reconfortante baño de inmersión decidido por usted y no a causa de esa contractura que no lo deja dormir? Y, sobre todo, cuando fue la última vez que se preguntó “¿A dónde, y como quiero llegar?”

Si esas actividades y reflexiones no figuran en su agenda de Vida usted ya está “quemado”, o va a estarlo muy pronto.